Segunda oportunidad
di Desireé Martín @desireemartin
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El sonido de la ambulancia entrando en la zona designada para las urgencias llenó el silencio entre ambos. Aunque no tardó en desvanecerse en cuanto médicos y enfermeras acudieron a toda velocidad para ver cuál era el nuevo caso que debían atender. Una urgencia más, probablemente una vida menos.
La mujer sentada en el borde del tejado dejó escapar un suspiro pesado, entre la resignación y el tedio, desviando la mirada hacia el horizonte en el que se desdibujaban los edificios de la ajetreada ciudad. Sus ropajes blancos impolutos parecían flotar en el aire a su alrededor.
Pasaron apenas dos minutos de silencio antes de que extendiera el brazo izquierdo, con la palma de la mano hacia arriba. Desde las entrañas de aquel hospital una voluta brillante que casi parecía pura luz azul flotó hasta ella, quedando suspendida, girando inquieta sobre si misma, casi como si la mirase a los ojos, cosa imposible en realidad.
—¿Estás bien?
La voz del hombre a su lado no pareció tener ningún efecto en ella, que solo movió la mano hacia arriba, en un gesto delicado, para hacer que aquella pequeña esfera volara hacia el varón, el cual la recogió con su propia palma. La esfera se tornó de color oscuro, como las aguas más profundas del océano, antes de incrustarse en su pecho, como si se hubiera desvanecido en su interior.
—Te noto más apática que de costumbre —dijo.
—Estoy cansada, eso es todo. —respondió ella.
Giró sobre si misma para meter las piernas en la parte interior del tejado y apoyarlas en el suelo, clavando sus ojos, blancos como las nubes, en el contrario. Él le devolvió la mirada, arqueando una ceja en un gesto de incredulidad, sabía que sus palabras no eran ciertas y esperaba algo más.
—Para ti es fácil, solo tienes que estar ahí y recibirles —protestó —. Yo me paso la eternidad viendo cómo desprecian mi regalo.
El hombre cerró los ojos y dejó escapar un suspiro, visiblemente irritado con aquella conversación. No estaba para nada de acuerdo con la opinión de ella, probablemente ni siquiera era la primera vez que tenían esa charla, pero tampoco se atrevía a culparla. Sabía que su parte era más difícil pero eso no significaba que para él fuera sencillo.
Dio al borde del tejado, apoyando las manos en este y mirando hacia el exterior, como si pudiera escudriñar cada edificio, a cada mortal que allí residía, a todos los que paseaban de forma despreocupada. También se sentía cansado.
—Tal vez no puedo compartir tu sufrimiento al verles desperdiciar la oportunidad que les brindas, pero sabes que… —apretó los labios, negando despacio con la cabeza. Sus dedos se aferraron con tanta fuerza a aquel muro que sus nudillos se pusieron blancos. —Es otro el sufrimiento que padezco. No es justo que me acuses de tenerlo fácil.
La pálida mujer apretó los labios y agachó la mirada, abrazándose a si misma. Sabía que tenía razón y que probablemente le había hecho daño con sus palabras. Cerró los ojos al sentir que su pecho vibraba con fuerza.
De sus labios escapó un suspiro al tiempo que de su torso brotaba una nueva esfera brillante, preciosa y tan pura que su azul casi parecía tan blanco como el cabello de ella. Tomó aquella esfera entre sus manos, acunándola con infinito cariño.
Durante unos segundos de nuevo se hizo el silencio en aquella azotea y los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas mientras negaba con la cabeza. Él se giró para mirarla, apretando los dientes con fuerza para contener el impulso de consolarla y aliviar su sufrimiento.
—No lo soporto más, ¿qué será esta vez? Yo les entrego la vida para que la desperdicien una y otra vez. Se matan entre ellos, arrebatándoles mi regalo los unos a los otros como si no valiera nada. Se intoxican hasta y mueren en accidentes estúpidos. Destruyen todo a su alrededor. Da igual cuanto les de, nada es suficiente para ellos —dijo dolida.
Aquella esfera que había mantenido entre sus manos se alejó de ambos para perderse en el mismo lugar del que la otra había venido, hacia alguna de las salas de aquel hospital. Iba llena de energía, dispuesta a ser la chispa que prendería el inicio una nueva historia.
—¿Y qué quieres hacer, Vida? —suspiró él.
Su cuerpo, negro como la misma noche, se acercó al de ella a ella y llevó las manos a sus mejillas. Apartó sus albinos cabellos de su rostro, despejándolo de lágrimas con los pulgares. Odiaba ver llorar al rostro que había amado desde que la creación los había separado en dos seres diferentes.
La mujer se aferró a sus oscuros ropajes casi con desesperación. Podía ver la respuesta en sus ojos pero la sola idea de complacerla era peligrosa. Sabía exactamente lo que significaría dejarse llevar por sus deseos. Ambos lo habían sabido desde el principio y había tratado de ser la voz de la razón. Mas cómo serlo ahora que la tenía entre sus brazos, tan destrozada y agotada. Ya no podía más.
—Quiero volver a ser uno contigo, amor mío —dijo—. Ellos no lo merecen, nunca lo han merecido.
Se acercó al rostro del hombre, pegando su frente a la de él. Podía sentir el cálido aliento de su amante sobre sus labios, y a su alrededor, el mundo comenzó a sacudirse. No solo vibraban sus cuerpos, la propia tierra lo hacía. Era un aviso, una advertencia.
—Libérame, Muerte —susurró Vida.
Él ya no podía negarse, por primer vez se sintió incapaz de hacerlo. Tenía razón y ellos no lo merecían, no habían aprovechado el esfuerzo que habían hecho, el sufrimiento que habían padecido al no poder estar juntos solo para que ellos tuvieran tantas oportunidades. Vida entregaba todo de si misma para verles nacer y ellos eran destrucción, plaga, peste.
Un beso nunca supo tan dulce y tan amargo.
Abrazados en aquel tejado donde tantas veces habían compartido conversaciones, Vida y Muerte volvieron a ser uno. A su alrededor millones de esferas brillantes se arremolinaron para volver al lugar que les correspondía; a la mujer que les había dado la vida, al hombre que les recogía cuando su ciclo terminaba. Los cuerpos vacíos caían mientras ella se volvía a sentir plena.
Todo quedó oscuro y en calma. No habría una segunda oportunidad para la humanidad.

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